martes, 12 de octubre de 2010

De Adela para Agustín

Aquí esta el link de la canción. Ponedla y leed a la vez. Muchas gracias: http://www.youtube.com/watch?v=-sc1O8BaKjM

Cuando Agustín salió del cementerio con las suelas de sus zapatos negros de goma, maquillados de un polvo fino, aún podía recordar su olor a través de las fosas nasales. Podía sin temor a equivocarse, recorrer con sus manos ásperas cada curva sinuosa del cuerpo de su amor. Pero esta vez, sin dejarse llevar por esa pasión juvenil con la que se recreaba cuando el amor inundaba las sábanas de aquel dormitorio clásico que un día ella había elegido a juego de unas cortinas de seda importadas de la china o de algún país lejano.

Ahora con ella descansando en un ataúd de madera caoba y su corazón desgarrado con el conocimiento de volver a esas sábanas acompañado de la soledad infinita de años de vejez, no deseaba más que rebobinar sus pasos atrás para sin juicio racional, encerrarse con ella en aquel estrecho nicho de cemento gris; avocando a sus sentimientos a pudrirse sin más hasta volverla a ver en el lugar más celestial del que había escuchado hablar.

Y así comenzó aquel viaje de vuelta a casa para iniciar su adiós y apagar para siempre su dolor. Un dolor profundo al que no quería vincularse ni honrarlo en su honor. Agustín paseaba por las calles de una ciudad viva pero para sus retinas, de colores apagados y carentes de felicidad. Recordó en su paseo, las calles adoquinadas de aquel casco antiguo que tanto había significado para él. Desde una pelota juguetona que repicaba entre las paredes, hasta el sonido de unas campanas de boda que daban paso a una lluvia de arroz atormentado a una pareja de recién casados.

Así, paso a paso fue preparando su mente para llegar hasta la lámpara de aquel comedor. Giró las llaves de latón y entró a la estancia sin luz, que no frecuentaba desde que ella había agonizado en un camastro de sábanas de algodón.

Se guió de memoria. Evitó encender la luz para no debilitar a su mente ante una decisión atroz. Allí, bajo una lámpara dura de cristal y hierro ató una recia soga de olor marino que lo llevaría a sus brazos sin contemplaciones. Solo con soltar sus pies de aquella elegante silla tapizada. Pero antes, agobiado por la melancolía y el recuerdo volvió sus pasos al dormitorio para oler una vez más la almohada de su amada, dejándose atrapar antes de marchar de su olor a agua de rosas. Al apartar la almohada, pudo encontrar un sobre en el que su papel comenzaba a rezar así:

De Adela para Agustín:

Amado Agustín, te quiero con cada brillo de mis ojos, con cada reflejo de mi anaranjado pelo. Son tantos años los que quedaban por delante, que este adiós se convertirá en el recuerdo más triste que tu vida podrá presenciar jamás. Es ahora, sudorosa entre estas sábanas de algodón que confundo mis lágrimas, con el agua que mis poros desprenden. Creo mi amado Agustín, que mi cuerpo llora tembloroso el momento de sufrir una inconsciencia profunda donde a pesar que me veles cada noche no pueda reconocer tus incandescentes cabellos rubios y tus ojos color azul que tanto suspiros me regalaron en nuestra juventud.

Es por ello, por el amor que te profeso que te ofrezco amor eterno. Un amor vivo que continúa besándote en tus recuerdos, que te ofrece su mano cada noche a través de unas sábanas de algodón bordadas por mí para compartir a tu lado sueños inolvidables.

Por eso Agustín, por este amor eterno que te profeso, te encomiendo a seguir viviendo aquí, en este mundo que te rodea. Vive para mí. Para yo acompañarte en cada paso que des. Para estar a tu lado al cruzar la calle o disfrutar una obra de teatro. Conozco tu testarudez, pero no marches conmigo amor. Sigue hacia adelante con aquello que ambos soñamos para yo vivirlo a través de ti. Entonces, cuando el tiempo acabe, volverás a mí, a mis brazos y a mis labios.

Te prometo que te esperaré en el cielo, bordando de nuevo una sábana de algodón. Preparando sus dobladillos para recibirte con cariño mientras te mezo las puntas de tu cabello. Volveremos a estar juntos. Te quiero.

Agustín dejó caer lágrimas sobre la almohada, se dejó caer en la cama posando su cabeza con suavidad. Extendió su brazo hasta acariciar el borde de la sabana, imaginando que era su mano. Preparándose para dormir un día más hasta que llegara aquel en el que ella viniera a buscarlo.

escritor.dormido

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