sábado, 20 de marzo de 2010

Devoción perpetua



Aquí esta la música correspondiente al texto. Ponedla y leed. Miles de gracias:http://www.youtube.com/watch?v=ZpA0l2WB86E



La puerta sonó tras sus espaldas. Atrás quedaban ya los marcos con las fotos de sus nietos y los muebles antiguos que habían convivido con él a lo largo de aquellos años de soledad. La luz del amanecer se colaba ya entre las estrechas calles que escondían el portal de su casa. Comenzó a dar pasos en la dirección adecuada. Apenas había gente en la calle así que pudo caminar con el paso que a su edad le correspondía. La ciudad comenzaba a despertarse, comenzando un día más en su devenir diario de turismo y trabajo, de locura para unos y parsimonia para otros.
Por su mente pasaban recuerdos inolvidables vividos en aquellas calles del barrio gótico de Barcelona. Fue así que sus primeros pasos rememoraron la voz de su padre, los primeros pasos de un niño de pelo castaño. Las primeras patadas a un balón y el primer beso con los labios de una chica. Miles de recuerdos se agolpaban en las puertas de su corazón preparados para hacerle vivir situaciones únicas que le habían enseñado todo aquello que la vida tenía para él.
Y su piel curtida, envejecida tras el paso del siglo se erizó al detenerse en su rostro. Al recordar sus maravillosos mechones rubios, incandescentes como el sol, aquellos que hasta la fecha habían sido los cabellos más perfectos que su mano hubieran podido tocar. Un pelo perfecto para unos ojos que parecían ser sacados de un fondo de coral verde, escondido en algún paraíso alejado de la mano del hombre. Su sonrisa… su tímida sonrisa, tan pura y celestial como el ángel más inocente existente en la profundidad de los cielos.
Caminaba con parsimonia hasta que comenzó a descender las escaleras de aquel pequeño garaje escondido en las entrañas de una Barcelona moderna, diferente de aquella que un día los vio pasear enamorados por las ramblas floridas, la que les brindó la maravillosa vista del monumento de Colón.
Conducía ahora en su antiguo pero fiable coche, el mismo que había utilizado toda su vida. Manejaba el volante con sumo cuidado, como en él era propio, mientras los kilómetros pasaron en sus ya desgatas retinas; acompañando a su cristal los paisajes tímidamente nevados por las borrascas que habían azotado a su amada tierra durante días anteriores.
El tiempo avanzó con el paso adecuado y fue entonces cuando levanto la vista y pudo verla ahí, imberbe en el tiempo, protegida como siempre por su manto de montañas ahora blancos como las nubes celestiales. Con los ojos bien abiertos, respiró profundo para que el aire rejuvenecedor de aquellas montañas le hiciera sentirse tan joven como la primera vez que fue a visitarla.
Aparcó el coche, se ajustó la bufanda y comenzó a pasear por las calles ligeramente nevadas. Tuvo tiempo para un café con el cual mezcló dosis de melancolía y carcajadas de sus nietos.
Prosiguió calle abajo, paseó por el mercado donde se vendía el pastel de queso que tanto le gustaba. Giró a la derecha y encaró las escaleras que le llevarían a encarar el patio interior del objetivo de su visita.
Admiró la grandiosidad de su fachada, sintiéndose pequeño al observar la hilera de esculturas encabezada por Jesús y que tanto le habían fascinado visita tras visita. Se colocó en la nave lateral del templo, aguardando la pequeña cola originada por turistas y devotos de aquella mágica y virtuosa Virgen. Apenas unos pasos para entrar a su paseo espiritual, se santiguó, volando en el tiempo y recordando como era habitualmente en su peregrinación, la promesa que años atrás hizo a la Virgen.
Su corazón se volteó al recordar la angustia de aquel viaje. El dolor que sintió cuando le dijeron que su enamorada, su esposa, estaba a punto de fallecer. Recordó aquel viaje de vuelta de Chile, donde se pasaban algún mes del año haciendo negocios como la experiencia más dura, como la prueba más infernal a la que se había enfrentado en su vida. Fue allí en un vuelo de avión, sentado en una ventanilla donde cerca del cielo se encomendó a la Virgen de piel morena. Aquella virgen a la que tanta devoción le tenía su madre. Le hizo una promesa. Le pidió con cuerpo y alma que necesitaba una más. Una vez más para poder encarar su mirada con la de su amada. Una vez más para observar a corazón abierto aquellos ojos creados en el mismísimo cielo, solo una vez más para acariciar esos cabellos de rayo de sol. A su vez, le prometió a la Virgen visitarla una vez al año durante el resto de su vida, simplemente hasta que corazón dejara de latir. Fue así, con su deseo cumplido que visitó a la Virgen durante muchos años de su vida. Este sería otro año más.
Cuando quiso darse cuenta, las puertas de plata le anunciaban que pronto llegaría el momento de su mirada con la de ella. Atrás quedaban ya el altar mayor, el inmenso órgano, la cripta…
La vio al girar, arrastró sus pies hasta su vera. Cerró los ojos, tocando la bola que sobresalía del cristal. Hizo una genuflexión y notó como el vello de su piel se erizaba. Como su corazón latía con fuerza en un gesto de devoción infinita, de un agradecimiento que nunca podría devolverle. Miró su figura y se deleitó con su piel morena, con aquellos ropajes de color dorado que la ensalzaban entre los hermosos retablos que la rodeaban. Allí con el niño en sus brazos, mirándolo fijamente, tan pura, tan única con su piel morena. Lo que fue una eternidad en su corazón, tan solo fueron apenas veinte segundos. Se despidió de ella, con la seguridad de que volvería a rendirle culto.
Abandonó su estancia, colocó una vela a su amada ,alejándose de aquellas paredes en silencio, dejando atrás el bullicio, el ruido de extranjeros, de otros fieles ajenos a su devoción, al amor que le tenía a la sierva del Señor. Y en sus pasos de vuelta se despidió santiguándose del otro gran Amor que había habido en su vida: La Moreneta.




escritor.dormido

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