lunes, 21 de junio de 2010

Perdón eterno


Aquí teneís la canción del escrito. Muchísimas gracias: http://www.youtube.com/watch?v=N0S-iY2I9MA
El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe. (William Shakespeare)

A veces las discusiones son banales y egoístas. A veces no hay razones para tenerlas. Pero el ser humano, a pesar de racionalizar parece guiarse por impulsos que lo dominan. Pero la maravilla del perdón es la fragilidad que representa. Porque cuando el rencor nos ciega, un gesto tan simple como una mirada o un beso, tiene la llave para abrir el baúl de la reconciliación.
Esta la historia de Sarah. Una historia más en mi mente. Una historia veraz de sentimientos pero de acontecimientos nacidos desde mi desconocimiento.
10 de Septiembre de 2001. Hoy, la oficina ha estado abarrotada de gente. Parecía como si media Nueva York se hubiera decidido a enviar paquetes postales a través de la empresa FedEx. Envíos a Dallas, Austin, Denver o Miami fueron los más repetidos a lo largo de la jornada. Incluso una agradable anciana facturó un paquete con un destino tan exótico como la flamenca España. Miles de caras desconocidas pasaron por los ojos de Sarah hasta la última hora de la tarde:
-Buenas tardes señorita querría enviar un paquete a Boston.
- ¡Hola Jason! Lo último que me faltaba en el día es que medio cuerpo de bomberos se decidiera a enviar paquetes hoy. ¿No trabajas en el parque?
-Hoy no, tenía asuntos que tratar en casa. Mañana entro al turno con Will.
-No te equivocas. Entra mañana. Hoy le he obligado a limpiar la casa porque no se mantiene solo echando agua con una manguera. Bueno, ¿A dónde va este paquete? Respondió con una sonrisa...
Con esta agradable conversación, se despidió de las cuatro paredes que la encerraban ocho horas al día. Salió a la noche del bajo Manhattan con una simple chaqueta de cuero cubriendo su cuerpo del diminuto frío que corría a esas horas de la tarde. Paseó como una neoyorkina más, camuflándose entre las corrientes humanas que navegaban entre los edificios y rascacielos como si de un laberinto se tratara. Una corriente humana diversa. Llena de marcas personales concretas. Pelos de diferente forma y modas tan distantes como el cielo y la noche. Un revuelto de bolsos, maletines de trabajo y mochilas deportivas.
Sarah, ahora con su Starbucks caliente y espumoso en la mano, filosofaba de camino a casa con una cuestión tan tonta como cuál sería la forma en foto aérea de las corrientes humanas que transitaban cada día en la Gran Manzana. Dobló la esquina y la furgoneta gris de Will estaba ya aparcada delante del portal de aquel pequeño edificio adosado de ladrillos en los que desearon formar su hogar. Pensaba en la cena a punto de salir del horno, en la ducha caliente que le predecía y en el beso cariñoso de su bombero favorito. Abrió la puerta apresurada, leyó el título de la correspondencia mientras subía las escaleras y se lamentó de aquellas cartas selladas con el nombre del banco. Las facturas nunca eran buenas noticias.
Entró por la puerta y ensombreció su cara, al ver todavía el desastre que había dejado atrás antes de irse al trabajo. Los sillones descolocados, los suelos poco brillantes y la cubertería reposando sobre el fondo del fregadero. Lamentó su suerte y salió al encuentro con Will. La tensión, la carga diaria de la vida los guió a una larga discusión. Una discusión desfavorecedora. Una discusión de pareja donde un surtidor de malicia dejaba escapar cuestiones ajenas al problema de raíz. Una discusión donde el reproche se extiende más allá de un muro llamado respeto y donde al final las cosas que se dicen no se piensan; alejándose por un tiempo del raciocinio que el humano tiene guardado en sus células más profundas. Will y Sarah se hirieron más que nunca. Soltaron de sus bocas palabras impensables para una situación así. Palabras que en su extremo solo tiene esa noche una consecuencia: Dormir con las espaldas enfrentadas.
Esa noche no soñaron separados por centímetros ni unidos por las manos.
Esa noche, el silencio les incomodó en sus insomnios. Pero ninguno volteó su cuerpo. Ninguno dio su brazo a torcer para brindar una simple caricia. Las horas pasaron y el despertador sonó temprano. Will comenzó a prepararse para acudir al parque de bomberos. Esa mañana limitó sus movimientos. Fue menos ruidoso en un intento quizás de aflorar el arrepentimiento por una discusión inútil. Al partir con su bolsa en la mano, se detuvo por un instante en umbral del dormitorio. Observó el pelo ondulado y la liza espalda de algodón de Sarah. Suspiró en silencio ajeno a la mirada secreta de Sarah a través del reflejo del marco de fotos instalado en su mesilla de noche.
Paso la mañana y con la mente de aquella silueta negra en el marco de fotos, Sarah se había dejado llevar un par de horas por el cansancio. Abrió los ojos, y como cada mañana realizó la manía que su madre siempre le había enseñado: Posar primero el pie derecho. Se desenredó de la sábana y se llevó una sorpresa desagradable al mirar hacia su cómoda y ver como todavía la alianza de Will estaba allí desde la discusión de la noche. Se enfadó muchísimo de nuevo. Sintió un arrebato de ira incontenible. Una pequeña piedra de odio al recordar la situación del día anterior, al rememorar palabras de dolor.
Se acercó a la cocina, abrió el brik de leche y se detuvo por un momento delante del calendario: 11 de Septiembre (Cumple de mamá!!!) Caminó hacia el salón en busca de su móvil. Lo vislumbró en el salón y no agradeció la sensación al encontrarse con un mensaje de voz de Will. Llamó al buzón y escuchó atenta su voz con la sirena del camión de bomberos de fondo:
-Hola nena. Sé que estarás durmiendo. No te he llamado directamente para no despertarte por si estabas durmiendo. Oye, te quiero ¿vale? Siento las cosas que dije ayer. Me arrepiento muchísimo, me siento tonto. Pero te compensaré ¿vale? Mira, mañana sin falta me encargaré de limpiar la casa, te lo prometo. Además te haré una cena estupenda ¡No! Mejor nos iremos a cenar, que te lo mereces, ¿Te parece? ¿Me perdonas? Te quiero, estoy enamorado de ti. Te llamaré cuando pueda, ahora vamos camino del Trade Center. Una de las torres tiene algún problemilla, ¡Tranquila que me cuidaré! ¡Hazlo tú también!
De repente y mientras las últimas frases del mensaje llegaban a su cabeza, otra voz narraba en el salón de casa: En estos momentos ha caído la segunda torre. Nuestra nación está siendo atacada. Una humareda de polvo llena el cielo de la ciudad. Centenares de bomberos, policías y civiles se encontraban en el...
Por un momento el mundo se paró. Sarah se sentó con lágrimas en los ojos en el sofá. Retorció sus dedos de los pies descalzos y encogió su cuerpo cayendo al suelo acompañada con las palabras que aún sonaban en el auricular del móvil en su oreja: Para guardar este mensaje pulse uno...

escritor.dormido

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